La idea de tener un minibar en la habitación parece buena en un principio pero lo que desbarata completamente su existencia son obviamente los precios que se practican, generalmente tan disparatados que hacen disuasoria la utilización por parte del cliente, que se ve abrumado con tarifas delirantes y desproporcionadas.
El minibar genera gastos al hotel porque consume energía y produce poco beneficio ya que muy pocos clientes tiran de consumiciones en la habitación a no ser que se lo pague la empresa o estén en un hotel AC donde hay bebidas no alcohólicas gratuitas, un caso aparentemente único en el universo.
En ciertas ocasiones pernocté en hoteles donde los precios eran bastante razonables, al nivel de un bar o cafetería, lo que me animó a tomar un par de refrescos. Se supone que ahí ganaron dinero y las bebidas no les van a caducar después de ochocientas pernoctaciones sin consumo.
Alguna vez me vi pillado con las ganas y tomé una Coca-Cola carísima que luego repuse antes de finalizar la estancia, pero el truco no siempre sirve porque hay sitios donde se revisa el minibar a diario y te la facturan, así que ojo. Otros comentaristas advierten que hay modernos artefactos en los que con sólo tocar la bebida ya te la apuntan en la cuenta.
Lo más gracioso es que la manera más habitual de controlar el minibar es la pregunta que te hacen en recepción sobre si has consumido o no, de modo que la palabra prevalece sobre la presunción de culpabilidad.
Hay hoteles que prefieren dejar una nevera vacía a disposición del huésped y también quien pone máquinas expendedoras de bebidas en la recepción, como hace Sidorme. Una solución intermedia es dejar un par de botellines de agua de cortesía.
Es ridículo pensar que el cliente va a pagar por un botellín de 5 cl lo mismo que vale una botella de 75 en el supermercado, a no ser que esté forrado. Tampoco se pueden pagar chocolatinas de 20 céntimos a dos euros, como si estuviéramos a bordo de un avión o en una cafetería de aeropuerto.
En un hotel de Canarias exigían un consumo mínimo de minibar de 18 euros para tenerlo operativo o bien 15 euros para usarlo de nevera, lo que no parece mala idea. Así se paga por lo que se usa; por cierto que los precios eran muy razonables, a dos euros el refresco.
Lo malo es que las cafeterías de los propios hoteles tampoco se suelen lucir con los precios y el cliente generalmente se ve abocado a salir a la calle en busca de mejores opciones, que siempre existen y además muy cerca, porque los hosteleros no son tontos y saben adónde hay que arrimarse. Hoy en día tres euros por un café son un disparate se mire como se mire, a no ser que usemos el wifi gratis durante un par de horas para amortizar la inversión.
Todo lo que cabe en un minibar no suele pasar de 20 euros y se pretende cobrar por ello más de 100, pero eso no es nada sencillo. También está la picaresca de los que se pulen las bebidas alcohólicas y las rellenan con líquidos de lo más variado, para sorpresa del cliente que llega confiado a tomarse una copa y se encuentra con fluidos corporales almacenados, tales como muestras de orina (verídico).
Este artículo ganará mucho si los lectores aportan sus propias experiencias. Por mi parte animo a los hoteleros a que no pretendan forrarse con el minibar porque siempre saldrán perdiendo. Por lo menos, que les salga lo comido por lo servido y que den un buen servicio a los clientes, de forma que al menos haya alguien que salga ganando y quede satisfecho.
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